Por María José Sesma
Los norteños tenemos una gran ventaja, sabemos que no hay Dios.
Nos lo confirma el panorama, el paisaje y la naturaleza misma.
No hay suficientes motivos para entablar un diálogo con la naturaleza, basta decir que ni siquiera hay agua y las plantas tienen espinas.
Crecimos en un lugar que grita «The End» y la única tarea es aceptarlo. Vivir aquí implica desprenderse de los afectos para habitar la soledad y el vacío.
La idea de comunidad y otras cuestiones políticas son aspectos que no cuadran. Tolerar el calor, respirar la aridez y manejar el instinto de supervivencia son los objetivos principales que tiene el norteño en su vida.
Pues cuando el vacío es el paisaje, se construye la idiosincrasia del que no rinde cuentas a nada ni a nadie. Así como el paisaje no le debe a nada ni a nadie.
Nosotros somos el paisaje.
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo
- La simplicidad es un lujo